Cuando hacemos neuralgia (digo hacemos porque yo juro que seguiremos haciéndolo, sé que la chancla quiere y ta helao también) yo digo mucho la palabra «discléimer» que es un gringazo para advertir a la gente sobre algo que se viene en el programa sobre lo cual, supuestamente, no pueden reclamar, porque les avisamos antes. Eso es un discléimer, una especie de exención de responsabilidad estúpida, como el cartel de los estacionamientos que dice «si a ud le roban aquí, no es nuestra culpa, a pesar de que es un recinto privado administrado por nosotros en el que le prometemos que vamos a tener su auto estacionado, pero si pasa cualquier cosa nos importa una raja.» Bueno, en neuralgia hacemos disclaimers entre serios y bromas. A ver, mucho inglés, vamos a google traductor. (porque la wea es google traductor, uno se acuerdo primero de que va a buscar algo en google y después se acuerda de que lo que quiere hacer es traducir una palabra). Ok. Descargo de responsabilidad. Eso. En fin, esta entrada parte con un discléimer. Aquí voy a hablar de caca, de guáter, de cuando estoy cagando, etc. Así que si no quieren imaginarme sentado en un guáter cagando (ya lo hicieron) o les molesta que se hable de lo que nunca nadie habla (que es la caca y la verdad, por lo general) no sigan. Vamos.

Siempre me ha pasado, desde pequeño, que cuando estoy cagando a veces hago tanta fuerza que se me va un poco la onda, como que siento que pierdo un poco el conocimiento, así como que me desvanezco, como dice mi suegrita cuando está traspuesta. Recuerdo cuando era chico que me pasaba un largo rato sentado el el guáter, cuando hace ya harto tiempo había terminado de hacer caca, pensando, disfrutando la soledad, el frío de la tapa en los cachetes, tanta cosa. El guáter era como parar el mundo para bajarse un rato, como decía la mafalda. En la década de los oshenta, como dijeron los prisioneros, no había espacio para la placenta, el amor, la paz, la educación alternativa, nada. Todo era producción, preparación, instrucción y doctrina. Desde pequeño. Entonces, cagar, era una especie de paraíso terrenal en el que nadie, pero nadie, me molestaba. Ni mi papá, con su frecuente y permanente práctica de encontrar malo todo lo que yo hacía porqué él lo habría hecho mejor, ni mi hermano, que dedicaba su vida a burlarse de mí y hacerme sentir que yo estaba de más en el mundo, ni mi mamá, que en toda su ternura y todo su amor, no se daba cuenta de que me convertía en un inútil por tratar de protegerme de todo, incluso de mi papá y mi hermano. Tampoco me molestaba la violeta, mi nana que después se convirtió en la pareja de mi papá, pero principalmente porque ella nunca me molestaba y punto. Incluso, hasta que cumplí siete años, ella me limpiaba el poto. Así de jugá. Y ganaba sueldo de nana, po. En 1980. Ella tiene harto amor en su corazón y me dio harto de ese amor a mí. Esta cagá del mate, tiene sus cosas como todo el mundo, pero al final del día, es wena. Bien, volvamos a la sala de baño de los 80.

En mi casa clase media de vitacura (una clasificación que hoy parece inverosímil, pero fue cierta alguna vez) había dos baños. Uno era amarillo. Las murallas amarillas, el lavamanos bien grande, me quedó grandce como hasta los 9 años, una tina gigante que ocupaba casi toda la muralla y un mueble ridículo porque era de madera falsa, con cinco cajones, lleno de puras cosas que yo no entendía, porque no eran juguetes. Madera falsa porque era café, toallas chiteco, una tijera con mango y «afirmador de pulgar» como las de los peluqueros, etc. Puras cosas ochenteras. Un champú olapón de huevo. Amarillo. Ni siquiera wellapon. Olapón. El otro baño era azul y era chico. La ducha era un chiste incluso para mí, pero tenía la gracia que era ducha teléfono. Se sacaba y te podíai poner el chorro en el poto pa que se te limpiara bien. Igual no la usamos mucho. Recuerdo que ya a mis 11 años nunca más se uso y era la clásica ducha llena de botellas y cajas y cosas amontonadas. Ese baño era muy raro porque estaba a la pasada entre el dormitorio de mis papás y la oficina de mi papá. O sea, un baño en el que teníai que cerrar dos puertas y si tu papá estaba en la oficina lo dejabai encerrado mientras hacías caca. Claro, mientras la cosa era hacer caca, todo bien, pero a partir de los 12 o 13, cuando la caca no era lo más importante, puta, mi papá pasaba a veces media hora encerrado.

Todas mis cavilaciones acerca de la caca y sus distintas ramificaciones fueron diluyéndose con los años, sin embargo hoy (no es hueveo, fue hoy) estaba en el baño y no precisamente cagando, sino más bien lavándome los dientes, cuando repentinamente perdí la noción del espacio-tiempo. De verdad. Por unos 40 segundo no podía recordar donde estaba. Pensé que estaba en el baño azul de la oficina de mi papá, después pensé que podía ser algún baño de mi pasado que tuviera la puerta por la derecha, porque así lo tiene el baño donde estaba. El tiempo tampoco me llegaba, porque cuando pensé que podía ser el baño de mi papá, no pensé «oye eso es imposible si tienes 50 años». Entonces después volví a la frecuencia original y caché que estaba en la casa. Me asusté. Le conté a la nati. Claro, uno piensa hasta en un tumor cerebral, etc. Pero después me acordé de mi historial de viajes interdimensionales en el baño. Una vez en concón, me fui tan lejos que hasta me desplomé hacia la ducha, me eché la cortina de baño y tuve que comprar otra para reponerlo.

Lasunto es que siempre analicé mis desvanecimientos desde la vereda del raro po. Cuando uno no era autista, porque lo era pero no lo sabía. Entonces, yo pensaba que estaba enfermo no más. La medicina occidental, la sociedad occidental ve todo en blanco y negro. Blanco, estás sano. Negro, estás enfermo. O estás sano o estás enfermo. Y para estar sano, tienes que sacar todos tus exámenes dentro de los parámetros esos que aparecen en la hoja de resultado, y que uno no tiene idea quién los puso. Seguramente una horda de gringos de harvard o peor, de alguna farmacéutica. Una de las cosas que he comprendido desde que descubrí que no soy un tipo normal, es que gran parte de las cosas que nos han enseñado y machacado desde chicos son construcciones de los mismos weones que están a cargo de los hospitales, de los colegios, y que probablemente y muy seguramente son menos que todos y todas las demás, que somos las personas que estamos en el mundo.

Entonces empiezo a preguntarme de donde salieron esos parámetros. Todos. Los parámetros correctos para la insulina, el colesterol, los correctos para servir la mesa, para ponerse ropa según la ocasión, para considerar a alguien enfermo o sano, sicópata o sociópata, buen o mal estudiante, etc. Todo. Cuando uno lo piensa, lo obvio es que todo fuera un asunto de mayorías. Como nos enseñan en el colegio a elegir presidente o presidenta de curso. Quien saca más votos gana. Así de simple. Pero el mundo no es así. El aborto es un delito, aunque el 70 por ciento de la población está a favor de que sea legal. Los milicos tienen capellán católico, aunque ya casi la mitad de los milicos son evangélicos. En los colegios no se puede enseñar a poner un condón, aunque todo el mundo usa condones y quizás cuantas chicas quedan embarazadas porque el saco de weas no sabía ponerse el condón. Chile esta yéndose a la mierda según la tele, porque a un paco lo matan a balazos, pero al jefe de ese pobre paco lo van a formalizar por 954 delitos y el tipo no solo se niega a renunciar sino que contrata abogados millonarios para tratar de que no lo formalicen. En ese mundo, en el que acabo de describirles, ¿quién me asegura que estoy enfermo solo porque me pego unos viajes sicodélicos mientras cago? ¿Los mismos weones que se ponen de acuerdo para vender los paracetamoles a 990, pero la lamotrigina a 23.000? Los mismos que tienen acciones de las clínicas, que son controladores de las isapres y por eso te mandan al doctor cuando les conviene?

Chuta, yo empecé a preguntarme estas cosas solo cuando fui autista. Cuando tuve noción de que no era necesaria y perentoriamente un tipo raro que no encajaba en la sociedad, porque la sociedad era una sola y se pintaba de un solo color y había que tener ese color. Para ser sincero, fue un proceso que partió con las protestas de 2019, a las que me niego a llamar «estallido social». Mira la weá estúpida, estallido social. Como si darse cuenta de que te han estado cagando por más de 40 años fuera una razón para explotar. Es, como decía el gran Jaime Ferrer, un eufemismo. No fue un estallido social pa mí. Fue una masacre. Yo vivía en el centro de Valdivia y vi las protestas, vi las bombas lacrimógenas. Me llegó una lacrimógena a mi con mi hija cuando íbamos pasando y ella con 6 años lloraba por sus ojitos. La primera línea, «esa sarta de delincuentes» se acercó a ella y la protegió. Nos acompañaron a la casa. Me fui a la casa protegido por un tanque de cabros y cabras jóvenes a quienes no conocía y que seguramente no me habrían protegido si hubieran sabido que trabajo en la fiscalía. Ese fin de año de 2019 me enseñó que todas las estructuras que habían tratado de meterme a la fuerza durante toda mi vida, no eran más que puntos de vista. Entonces, me fui a la chucha. La nati no pudo comprenderlo, tuvimos una etapa de muchas discusiones, de mucha tensión, porque yo me cuestioné todo. Literalmente, todo, y ella, que no es autista, por suerte, no vivía los mismos cuestionamientos. Y para más remate, a poco andar, tan solo un miserable año después, me diagnosticaron con autismo y comprendí que todo lo que me jhabía pasado durante toda mi vida no era expresión de una enfermedad mental, sino la manifestación mezquina e insoportable de una exclusiva forma de verlo todo, que criminaliza y patologiza cualquier cosa que no se apegue de manera estricta e implacable a lo establecido. Me ha costado años aquilatar la dimensión inabarcable de todo lo que he debido sufrir, de todo lo que han debido sufrir todas las personas como yo, por no conformarse a una norma que no tiene nada de estúpida, pero es solo eso, una norma, creada por mortales y limitada por ello a consideraciones mortales de género, raza, color, sexo, calidad, estirpe, condición, contexto cultural e histórico y tantas otras categorías que definen sociológicamente lo que se espera de nosotros.

El problema o quizás la libertad para mí es, entonces, que hoy ya no doy nada por hecho, no me aferro a ninguna certeza. Si a ratos me quedo dormido en el guáter mientras cago, o pienso que viajé en el tiempo a mi infancia, ya no concluyo de manera inmediata que algo malo me pasa. No. Quizás, efectivamente, en nuestras neuronas hay un espacio que atesora experiencia sensoriales del pasado de una manera tan fiel que puedes sentir que estás en el baño de tu papá. Lo hemos vivido. Conozco personas que relatan haber sentido de nuevo el calor de las manos de su madre, el aroma de un plato de comida. ¡Quién no ha viajado al pasado como el crítico de comida de ratatouille, por solo sentir un olor determinado? Quién te dice hasta donde debes creer? Hasta donde debes dejarte llevar? Cuál es el límite de la capacidad sensorial y cerebral para almacenar experiencias, sensaciones, olores, sabores, y eventualmente transportarte al pasado? Efectivamente transportarte al pasado, quiero decir. No un sueño ni una ilusión. Un viaje al pasado. Te parece una locura? Déjame decirte que hasta la década de 1970, la homosexualidad era una enfermedad siquiátrica y había consenso internacional acerca de eso. Hasta 1952, podías matar a tu esposa si la encontrabas en la cama porque era tu derecho. Hasta 1823, la esclavitud era normal en Chile. (Chile fue el segundo país del mundo en abolirla, después de méxico y casi 10 años antes que Estados Unidos. Fue en el siglo XIX en que nos convertimos en una mierda conservadora). Qué cosas van a ser la norma en 20 años más? No dejes que la mierda te cubra. Caga tranquilo, caga sin pena, pero no te olvides de tirar la cadena. Una de las consecuencias más liberadoras del autismo para mí es haber comprendido que el mundo no es lo que dicen los manuales, que no se come como dice Carreño ni se hacen los cálculos como decía margalet. Por eso que no hay autistas fachos. Los fachos quieren que todo siga igual, para siempre, por siempre, y que todo el mundo siempre piense lo mismo acerca de todo. Muchas veces ni siquiera saben qué es lo que hay que pensar o quién dijo que había que pensarlo, pero defienden con uñas y dientes el statu quo.

Te apuesto que la próxima vez que te sientes a hacer caca te vas a acordar de mí. Lo acepto. Si al hacerlo algo en ti cambia y percibes que no todo tiene que ser siempre igual, estoy dispuesto a ser parte de tu caca.

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