Nadie me pidió que escribiera sobre el día mundial de la concienciación del autismo, pero lo haré, porque creo que la naturaleza humana lo hace indispensable. Si no lo tienes cerca, no lo hueles o no lo ves, no está.

Algunas personas quizás se pregunten por qué debería la fiscalía preocuparse acerca del autismo, si no hay fiscala, fiscal, técnico, asistente, gerente, abogado o abogada, profesional de recursos humanos, auxiliar o guardia de la fiscalía que sea autista “porque a los autistas les sale baba por la boca y se pegan contra las murallas” como decía mi papá. Tener conciencia del autismo es justamente saber que eso no es así. Tal como esperas que las mujeres usen falda y jueguen con muñecas, que las personas homosexuales usen pantalones apretados y bailen con plumas en un club nocturno y que un discapacitado ande en silla de ruedas “o no es discapacitado”, el estereotipo autista nos pone camisa de fuerza, nos hace gritar mientras nos pegamos en los oídos, no mirar a la cara y hablar como la profesora de Charlie Brown.

Yo soy discapacitado y no ando en silla de ruedas. Yo soy autista y puedo hilar frases mirándote a los ojos y saludarte sin pegarme en la cara. Yo soy fiscal del ministerio público hace más de 20 años también. Y te aseguro que, como yo, hay muchos y muchas que llevan esta procesión interna, porque lo es, con dignidad, discreción y probablemente con inocencia y frustración, porque la mayoría de nosotros y nosotras ni siquiera sabíamos que hemos sido autistas desde que nacimos. Solo fuimos raros. Yo era el asistente de fiscal que no conversaba en los coffee break, fui el fiscal que no iba a los almuerzos, he sido el guatón soberbio que no comparte con los demás y soy el tipo desubicado que anda en shorts cada vez que puede. Toda mi vida debí enfrentar esta necesidad incomprensible de encontrar la tranquilidad en donde los demás no la buscan. Me he enmascarado siendo el fiscal engominado, con terno johnson’s (porque con cuatro hijos y un nieto no me da para Falabella), yendo a las cenas a conversar cosas que no entiendo mucho y que debido a que no forman parte de mis intereses profundos, no me interesan. Me he esforzado en decir lo correcto, que no me sale natural, sino que forma parte de un manual que he ido escribiendo en mi cabeza día a día. Con el paso de los años, he encontrado cierta paz en algunas personas que no me piden que sea “normal” y con esas personas puedo sentarme a no decir nada, o hablarles durante largo rato sobre los años luz que son una medida de distancia y no de tiempo, acerca de cómo la luz de las estrellas más distantes del universo aún no llega a la tierra y cómo eso significa que mirar al cielo es mirar al pasado, etc.

Las cosas que no son necesarias no me importan. Desafortunadamente, conversar, saludar, sonreír y asentir socialmente no es necesario. Uno no es autista, es pesado, creído, pagado de sí mismo, anda oliendo caca, elige tu pelambre. Me lo tengo merecido por no ser sociable.

Mi principal manifestación autista es la literalidad. Me cuesta entender el subtexto. El otro día la Nati (mi esposa) me dijo “tiene un hoyo tu copa” bromeando porque me había tomado el vino muy rápido. Yo me puse a mirar la copa para encontrarle el hoyo y ella me tomó la mano y me dijo “amor, no era literal.” Suena fácil, pero son más de 12 años juntos para lograr esa coordinación. Ahora piensen en lo que es atender víctimas, querellantes, defensas, lo que es conversar con colegas, jefes o subalternos. La doble labor de descifrar el subtexto.

Y yo puedo. Hay personas autistas que no pueden. No alcanzar a ser tan autistas como para pegarse en los oídos, pero no logran comprender el subtexto, y se frustran como todos nos frustramos cuando ponemos toda el alma en algo y no nos resulta. La mayoría pone su alma en los proyectos de la vida: La casa, el trabajo, los niños, estudios, etc. Yo pongo toda el alma en tratar de comprender el mundo. Y a veces no resulta.

No escribí esto para que me tengan pena, ni paciencia, ni para recibir un trato infantilizante. No lo hago para que saquemos un manual del trato inclusivo para el autista. No hay manuales ni recetas. Ni un tercio de las cosas que te conté sirven para el siguiente autista que conozcas en tu vida. No hay cómo prepararse para un evento cuya naturaleza desconoces. Por eso la ley TEA no da las instrucciones para ayudar a las personas autistas. Solo propone la existencia de ajustes necesarios. En el fondo, la ley te invita a darte cuenta de que no somos todos felices con la casa, el auto, el perro, el colegio y si se puede, el yate.

Lo escribo solo para que te tomes el tiempo de pensar en estas diferencias. Eso es tomar conciencia. No es echarse la culpa de nada o reparar un mal que no has causado. Es no dar por hecho que la próxima persona que veas no es autista.

Nos vemos.

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